sábado, 24 de marzo de 2012

Fragmento de "Lolita" (Vladimir Nabokov)

"La breve franja de arena blanca que era «nuestra playa» –de la cual nos habíamos apartado un poco en busca de profundidad–, estaba vacía en días de trabajo. No había nadie en torno de nosotros, salvo las dos figurillas tan ocupadas de la orilla opuesta y un aeroplano particular color rojo oscuro que planeó sobre nosotros y desapareció en el azul. El lugar era, en verdad, perfecto para un súbito crimen entre burbujas, y contaba además con un detalle interesantísimo: el hombre de ley y el hombre de agua, bastante cerca para presenciar un accidente y bastante lejos para no observar un crimen. Estaban bastante cerca para oír a un bañista enloquecido que se agitara y pidiera a gritos que alguien salvara a su mujer a punto de ahogarse; y estaban demasiado lejos para distinguir (si miraban demasiado pronto) que el nadador desesperado sujetaba a su mujer debajo del agua. Todavía no me encontraba en esa etapa; sólo quiero expresar la facilidad del acto, lo cuidado del planteo. Mientras tanto, Charlotte seguía nadando con concienzuda torpeza (era una sirena muy mediocre), pero no sin cierto solemne placer (¿acaso no estaba su tritón junto a ella?); y al tiempo que yo observaba, con la rigurosa lucidez de una futura meditación (es decir, tratando de ver las cosas como recordaría haberlas visto), la vítrea blancura de su cara mojada tan poco tostada a pesar de todos sus esfuerzos, y sus labios pálidos, y la desnuda frente convexa, y la tensa gorra negra, y la carnosa nuca mojada, me dije que cuanto debía hacer era quedarme a la zaga, tomar aliento, atraparla por el tobillo y sumergirme con mi cadáver cautivo. Digo cadáver porque la sorpresa, el pánico y la falta de experiencia la harían aspirar de golpe un mortal galón de lago, mientras yo la sujetaría por lo menos durante un minuto, con los ojos abiertos bajo el agua. El gesto fatal pasó como la cola de un cometa a través de la blancura del crimen completa. Era como un terrible ballet silencioso: el bailarín sostenía a la bailarina por los pies y se hundía en la penumbra cristalina. Yo no podía subir a la superficie en busca de un bocado de aire, sin dejar de sujetarla bajo el agua, para después volver a sumergirme tantas veces como fuera necesario. Y sólo cuando el telón cayera para siempre sobre ella, me permitiría pedir auxilio. Y cuando veinte minutos después, los títeres cada vez más grandes llegaran en un bote a remo, pintado a medias, la pobre señora Humbert Humbert, víctima de un calambre o una oclusión coronaria, o de ambas cosas, estaría de cabeza sobre el limo del fondo, a unos treinta pies de la sonriente superficie del lago.
Sencillo, ¿no es cierto? Sólo que... ¡no me resolvía a hacerlo!
Charlotte nadaba a mi lado –una foca confiada y torpe–, y toda la lógica de mi pasión gritaba en mis oídos: ¡Éste es el momento! Pero no podía. Me volví en silencio hacia la playa, y en silencio, concienzudamente, ella también volvió, y el infierno seguía gritando su consejo y yo seguía sin resolverme a ahogar a la pobre criatura gorda y resbalosa. Los gritos se hicieron cada vez más remotos, mientras yo me hacía clara cuenta del melancólico hecho de que ni al día siguiente, ni el viernes, ni ningún otro día o noche podría ya darle muerte. Oh, me veía a mí mismo golpeando de alienación los pechos de Valeria o lastimándola de algún otro modo, y me veía con igual claridad disparando contra el vientre de su amante y haciéndole exclamar «¡Aaah!» y desplomarse. Pero no podía matar a Charlotte, sobre todo cuando las cosas no eran a la postre tan
desesperadas, quizá, como parecían a primera vista en esa desdichada mañana. Si la atrapaba por el pie a pesar de sus pataleos, si veía sus ojos estupefactos y oía su voz atroz, si pasaba por esa ordalía, el espectro de mi mujer me acosaría durante toda la vida. Si hubiera vivido en 1447, y no en 1947, acaso habría vendado los ojos de mi naturaleza apacible administrando a mi mujer algún veneno clásico de una ágata hueca, algún delicado filtro letal. Pero en nuestra era de la clase media no habrían resultado los métodos empleados en los dorados palacios del pasado. Ahora hay que ser científico si se quiere ser asesino. No, yo no era ni una cosa ni la otra."

***

1 comentario:

  1. Joder, la de años que llevo diciendo que tengo que leer este libro y ver la peli de Kubrick...

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